Realizar un árbol genealógico es una de las actividades que más puede unir a las generaciones de una familia.
“Después de cada reunión o celebración en familia, siempre acabábamos hablando del abuelo o de la bisabuela, y después, la conversación se nos iba a todos aquellos que nos han precedido y de los que tenemos algún recuerdo, los hayamos conocido directamente o no”. La que habla es Isabel García, que junto a su marido y a sus tres hijos se lanzó hace unos años a la aventura de elaborar el árbol genealógico de su familia hasta donde les alcanzara la memoria.
“En casa siempre hemos tenido mucho interés en conocer y transmitir a los más pequeños quiénes han sido nuestros antepasados, en qué han trabajado, dónde han vivido, a qué se han dedicado… En definitiva, cómo fue su vida. Muchas veces los niños nos preguntaban: ‘¿No tenéis fotos?’, y eso daba pie a seguir contando historias”, abunda.
Fue en medio de una de esas interminables tertulias en familia cuando surgió la idea de hacer un árbol genealógico. Hoy ese dibujo lleno de nombres cuelga en un lugar bien visible en una de las paredes de su casa. Además, la idea fue uno de los regalos de aniversario de boda de los abuelos; y la afición se ha extendido a otros miembros del clan: cada semana, un primo va a casa de la abuela a recabar anécdotas e historias, para escribir la historia de la familia.
Historias de superación
Como todo árbol, el genealógico también tiene sus raíces, y es eso precisamente lo que Isabel valora más a la hora de hacer esta actividad: “Indagar en el pasado del que procedemos da a los niños una visión muy rica de quiénes son. No se trata solo de poner el nombre de tus abuelos en un dibujo y ya está, sino de ser conscientes de que su origen forma parte de su identidad. Y eso, aunque sean pequeños y no sean muy conscientes, les da seguridad”.
Lo confirma Ricard Arroyo, que se dedica desde hace años a la investigación de raíces familiares desde www.abueling.com: “Conocer nuestro pasado nos permite descubrir muchas historias de superación que a los pequeños les pueden ayudar cuando las cosas les van mal”, explica a Misión.
Para Ricard, ahondar así en el pasado “es un modo de alcanzar más seguridad y afianzar su identidad”, porque “interiorizan que forman parte de algo más grande”.
Valores de nuestros hijos
Isabel pone como ejemplo el caso de su padre, que de niño fue pastor y al llegar a Madrid sacó adelante a su familia poniendo un negocio. “Mi padre ha podido transmitir a sus nietos valores como el esfuerzo que ha hecho toda su vida para salir adelante, y todo lo que una persona puede hacer para construir su destino”.
Por eso, “tener claro de dónde vienes es un ejercicio fantástico no solo para conocer el pasado, sino también, y sobre todo, para construir el futuro de las generaciones más jóvenes”.
Todas esas historias han dado después para muchas sobremesas y para muchos buenos ratos antes de dormir, “pero también para que los niños puedan absorber valores, que al final es lo más interesante”.
Las batallas del abuelo
Antonio Tapia, del Instituto de Historia Familiar para la realización de estudios históricos y genealógicos, señala que esta es una afición cada vez más en boga. “Hace años era algo casi exclusivo de personas pudientes, pero a medida que ha ido creciendo el nivel cultural ha ido aumentando también el deseo de investigar el pasado familiar”.
“Mucha gente se pregunta: ¿Cómo sería mi bisabuelo, a qué se dedicaba? Es como si nuestro subconsciente demandara saber de dónde venimos, porque al final es un modo de saber quién soy yo”, añade.
A lo largo de su carrera se ha encontrado a niños “con muchísima inquietud, que están siempre preguntándole historias al abuelo, y eso inevitablemente les acaba llevando a la genealogía”. Al final, conocer el pasado nos permite saber por qué somos así y reunir pistas de por qué nos inclinamos hacia una cosa y no a otra: “La genealogía –concluye Tapia– nos da la satisfacción personal de avanzar con la seguridad de saber de dónde venimos”.
Cómo empezar
“Es relativamente sencillo llegar a las cuatro primeras generaciones, hasta los bisabuelos, que es hasta donde más o menos alcanza la memoria familiar. A partir de ahí la cosa se vuelve más complicada y se necesita la ayuda de algún experto”, afirma Antonio Tapia, del Instituto de Historia Familiar.
Acostumbrado a bucear en registros civiles y eclesiásticos, en parroquias y archivos de toda España, explica que en la búsqueda de las raíces familiares “se puede llegar como máximo hasta el año 1550, cuando el Concilio de Trento estableció que todas las iglesias llevaran un registro de los sacramentos que se impartían. Antes de eso no hay casi documentación acreditada”.
Cuando uno se lanza a ir más allá de los antepasados de los que guarda recuerdo “encuentras muchas sorpresas”. Por ejemplo, ese paseo por la historia familiar “te puede llevar a pueblos que ni sabías que existían”. Es lo que se llama “ruta genealógica”, que son esos lugares que habitaron tus antepasados.
Además, “es muy interesante cotejar la historia de tu familia con los sucesos sociales, económicos o políticos que sucedieron en esos lugares donde vivieron tus ancestros. Todo eso determina cómo viven los individuos e influye en cómo vamos a ser nosotros generaciones después. En realidad, la genealogía habla de nosotros, desde hace siglos”.
Un escudo familiar
Otra forma de reforzar los lazos familiares es dibujar entre todos un escudo con elementos que hablen de lo que se ha vivido juntos. Julia Manzanedo, director del COF san Juan Pablo II de Madrid, explica cómo su familia ideó su propio escudo a partir de la última ITV en la que participó con su marido: “Una de las cosas que pensamos es que predominaría el verde, porque desde que nos casamos hemos asistido a todas las marchas por la vida que se han celebrado, aunque estuviera embarazada o lloviese. También pondríamos un libro, porque leer es una afición que compartimos. Y un anillo en referencia a El señor de los anillos, que sale mucho en nuestras conversaciones. Por último, pondríamos un caballito de Soria, que hace referencia a nuestros orígenes”.
Por Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Artículo publicado en la edición número 60 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.